Dos años después de su estreno en las pantallas alemanas, llega a España Silencio de hielo, una película sencilla y dura, sin grandes pretensiones ni logros, que no se sale ni un ápice del modelo de cine e historias narradas en esas regiones durante los últimos años.

En un pequeño pueblo alemán, de esos en los que lo más extraño que puede pasar es que un habitante no sea de raza aria, desaparece una niña, en el mismo lugar y con detalles muy parecidos a un crimen sin resolver veintipico años antes. La policía empieza a moverse y a investigar, a través de pequeñas pruebas y testimonios de la época, aunque sin tener realmente demasiada convicción de poder resolver el caso.

La atmósfera de agobio, de inquietud, de soledad, y de lentitud encierran a los personajes en su interior, y lo trasladan a los desafortunados que esperen un poco de chicha y movimiento. Ya sabemos que no vamos a ver CSI, pero tampoco queremos algo que invite a la siesta.

Últimamente se está imponiendo la moda y el gusto por lo pausado y silencioso, que puede resultar muy artístico gracias a las críticas resabiadas de culturetas y plumas que gustan de llamar la atención destacando bodrios que, en tantas ocasiones, acaban de resultar infumables pero admirados por gente que ni las entiende ni haría una película así si estuviera en sus manos la dirección.

Si hacen un par de cintas más como esta, o incluso compartiendo algún personaje, podrán sacarlo en un pack para que le haga la competencia a Wallander o Montalbano, pero un poquito low cost, claro. Si no, directa a las estanterías de la sobremesa prescindible.

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