Un americano en París, al menos si se precia de conocer y ser un admirador de la cultura europea, no debe conformarse con seguir un plan previsto por su agencia de viajes, por una experta y distinguida guía francesa, por su encantadora y futura esposa o por los ricos y mega-prácticos padres de ella, para patear lo que dicen que es importante en la ciudad. Si París te enamora estás en la obligación de dejarte enamorar, de hacer todas las cosas que ya no se llevan, de regresar a la bohemia, de dudar entre las realidades soñadas y las vividas....Te verás suavemente forzado a hacer locuras, a alternar con Hemingway y Buñuel, a quitarle la novia a Picasso y a pedir una opinión sobre tu novela del 2010 a la mismísima Gertrude Stein.....,y ¡a la mierda! si no se lleva el romanticismo, ¿alguien tiene un proyecto mejor?

Cuando den las doce en las adoquinadas calles debes estar en el sitio adecuado, sólo a ser posible, y alguien se encargará de sumergirte en un mundo fantástico, y aunque tal vez no sea cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí que podrás comparar entre la veraz absenta y el hipocritilla caldo borgoñés; entre un auténtico sillón de la Belle Époque y una carísima y falsa imitación; entre la opinión de Francis Scott Fitzgerald y la de un pedante catedrático de teorías.

La máquina del tiempo de Woody Allen, que a su vez viaja en el cuerpo de Owen Wilson, parte de Nueva York para aterrizar y establecerse bajo el cielo de la capital de la luz y el amor donde la lluvia limpia y no molesta, porque a pesar de todo lo mejor está por llegar.