No es fácil relacionar esta película con la ciencia ficción y ello le resta calidad en el veredicto final (si hubieran decimales, le pondríamos un 5,5), pero no estamos ante una mala película (tampoco genial, sin duda). El problema estriba en que más de la mitad de la película consiste en un plácido viaje por las calles del San Francisco de los años ochenta, donde la tripulación llega casi por casualidad. El objetivo, en esta ocasión, es obtener unas ballenas que hacen falta para salvar el siglo XXIII, pero el trabajo se concibe como una comedia, por la cual transita un Spock algo amnésico y vestido con el albornoz que llevaba al final de la película anterior. Tal elemento no sería lógico si el objetivo no fuera el resultar hilarante, y de eso ese de lo que se trata aquí, con todos los actores contribuyendo adecuadamente a ello. La "tripulación" se vuelca en crear ese clima, los elementos puestos en juego resultan eficaces y Nimoy nos convence de que no es ningún negado tras la cámara.

Ahora bien, no nos pasa inadvertido el alejamiento de Star Trek de sus señas de identidad, que coincide en buena medida con el agotamiento del cine de ciencia ficción en la segunda mitad de esta década. La ventaja es que al menos, de este modo, esta vieja saga se hizo accesible por una vez a un público amplio y menos necesitado de conocer los referentes expuestos por los trabajos anteriores.