Suelo tener amigos hasta en el infierno. Pero llegué a ver esta película por amigos presuntamente del otro bando.

La semana pasada me llamaron para invitarme a la première de esta peliculilla. No me apetecía mucho, pero al final cedí.
Nada más llegar al cine ya me di cuenta de que iba el percal. Era una especie de reunión de católicos guays que lo mismo se agrupan para un cocktail benéfico que para un estreno. A pesar de compartir ciertas inquietudes con ellos, me suelen poner bastante nervioso. Contradictorio que es uno. Encima si todos iban vestidos como si fuesen a una boda y yo parecía recién bajado de la moto, el contraste ya era flipante.

Antes de la proyección soltaron los discursitos de rigor los distribuidores y un tipo que ni idea qué pintaba. Y de repente saltó al escenario el actor protagonista. Las chicas, que eran casi todas recatadas y guapísimas como suelen ser injustamente en estos ambientes, se derritieron literalmente en sus butacas. Hasta algún morboso gritito de suspiro pude auscultar. Y la verdad es que el actor se manejó muy bien. Hablaba muy bien, y parecía tener carisma.

Pero empezó la peli y la persona que vi en vivo sorprendentemente se transformó en una actuación patética. Parecía que posaba todo el rato, ponía cara de interesante y casi no decía ni una palabra. Y encima la peli es bastante mala. De esas que parece que la buena intención de algo ya sirve para justificarlo. Sólo se salva la actriz, lo demás es exceso de miel y defecto de mielina.

Cuando acabó la proyección hubo los aplausos de rigor, menos el mío. Caras sonrientes se agrupaban en círculos para comentar el film, y en uno muy pijo-glamouroso tuve la siguiente conversación con una estupenda señora:

- Qué bonita la película ¿no?
- No
- ¿No? ¿Por qué?
- Porque es basura.
- Bueno, pero transmite buenos valores.
- Peor aún, es basura pía.
- ¡Ay como eres! Vale igual no era tan buena, pero está llena de buenas intenciones.
- El infierno también está lleno de buenas intenciones, dicen.
- Jo chico, tú siempre igual. El cine tiene que tener una finalidad.
- No, Sto. Tomás de Aquino decía que el arte no ha de tener pretensiones. Se justifica con la obra hecha y nada más. Y esta obra es una mierda.
- Desde luego mira que eres complicado.
- Puede ser. Me he de ir. Adiós.

Y sin complicarme más la vida me piré a casa. Al menos las galletitas que repartieron estaban riquísimas. Me llevé un buen paquete, por supuesto.