Reconozco que hasta ver esta película sólo había visto una de este director, “Moonrise Kingdom”, que no me gustó demasiado. Como comprenderéis no me hizo mucha ilusión ver que estrenaban lo último que había realizado, pero al leer las críticas tan positivas me obligue a darle otra oportunidad (máxime cuando es amigo y admirado por uno de mis directores de culto, James Gray)
Los primeros minutos temí que iba a ser muy similar a la anterior, lo que me hizo pensar que la detestaría, pero luego fue mejorando hasta convertirse, por lo menos, en algo agradable de ver. Me ha quedado claro que Wes Anderson, como otros directores como Burton o Tarantino, sacrifican casi todo por conseguir que sus películas tengan su sello personal. En este caso, el cine de Anderson es desmedido, excéntrico, obsesionado por los detalles, y manierista hasta la médula. Estas características no resultan intrínsecamente negativas, si no fuera porque ese manierismo le lleva a olvidarse de lo que nos está contando en la preocupación de “cómo” contarlo, lo que hace que la historia se vea como algo ajeno al espectador, que puede sonreir a ratos, pero que no acaba de creerse la historia que nos cuentan.
En otros terrenos la película es casi perfecta... los actores principales están perfectos en sus papeles, aunque hay un exceso de cameos testimoniales de los habituales del director, y el montaje resulta modélico en la estética y en la forma. Pero el alma de una gran historia está en los personajes y en cómo nos identificamos con ellos, cómo vivimos con ellos... hasta llegar a sentir como creemos que ellos sienten. Sin eso, cualquier película pierde aquello que la haría GRANDE de verdad.