“Pale Rider” adapta la maravillosa “Shane” (Raíces profundas, 1953) y anuncia la que será la indiscutible obra maestra de Eastwood: “Unforgiven” (Sin perdón, 1992).
Así, “Shane” es aquí sometida a un proceso de oscurecimiento ambiente y, sobre todo, de conciencia, característico, por otra parte, de ese western otoñal ―o mejor, crepuscular― tan del gusto de Eastwood, pero sin desdeñar, ni mucho menos, la honda emotividad que desprendía el inolvidable original, perfectamente compatible con el “pathos” que alienta en casi todas las películas de éste.
Aun tratándose de una cinta de indudable interés, “Pale Rider” adeuda demasiado, creo, a los dos maestros reconocidos de Eastwood: Don Siegel y Sergio Leone. Si bien el pulso firme heredado del primero será una constante, y muy positiva, en su cinematografía, queda todavía un remanente excesivo de la estética de cómic ―esteticismo, me atrevería a decir― propia del “spaghetti western” alumbrado por el segundo. Lo cual no quita para que los pistoleros de Eastwood parezcan haberse bañado alguna vez más en sus baqueteadas vidas que los tipejos mugrientos a los que casi podemos oler en los films de Leone.
En cualquier caso, “Pale Rider” da muchos indicios del inmenso talento del Eastwood director, al tiempo que profundiza en el icónico personaje que, desde la trilogía del dólar hiciera suyo para siempre: ese justiciero de pocas palabras, tan certeras sin embargo como sus disparos, y que encontrará su corolario―apoteosis, cabría decir― en el cansado Will Munny al que trata de jubilar en “Unforgiven”.