Esta película, como más recientemente le ha pasado a El Irlandés, vino acompañada de la polémica de haber sido producida por Netflix, y no haberse estrenado en salas a nivel mundial. ¿Y eso a quien le importa? Pues parece que a un gran grupo de académicos les importa, y no dudan en excusarse en esto para poner a la película a caer de un burro y no destacar ni uno solo de sus valores.

Bong Joon-ho aúna las formas y las maneras del mejor cine hollywoodense con una sensibilidad y un sentido del humor claramente oriental. La película es notable en sus tres partes, y esto tiene un mérito mayúsculo porque cada una se encuadra en un género distinto, y cada una de ellas conjunta y funciona junto con el resto. La primera nos acerca a una historia idílica de estilo casi ghibli y nos hace enamorarnos de los protagonistas. La segunda es pura acción y humor, con persecuciones a todo gas tirando de medios y personajes satirizados hasta el extremo. Y la tercera es drama con toques casi de terror, y te encoge el estómago con imágenes que, en realidad, son tremendamente reales.

Ni un minuto de respiro en esta historia, ni un minuto en el que los ojos se despeguen de la pantalla, ni un minuto en el que me plantee si esto es cine o no lo es, porque no deja lugar a la duda.