Como no podía ser de otra manera, nuestro querido "pecho lobo" vuelve a la carga para no sólo salvar a algún bañista despistado, si no como es lógico salvar prácticamente al mundo.

Parecía que si, que esta vez se lo cargaban, nada más y nada menos que con una bomba que le deja en coma, pero un socorrista, y más los de las playas de Santa Mónica, están hechos de una pasta especial, son héroes anónimos forjados en todas las disciplinas posibles, una especie de soldados de élite en bañador.

Mucho tienen que aprender los socorristas de nuestras playas y piscinas, que se limitan a dar algunas indicaciones para evitar que los niños se hagan daño, hacen pequeñas curas y salvan alguna que otra vida... minucias si lo comparamos con estos fornidos salvavidas que encarcelan malhechores, participan en investigaciones policiales, salvan al mundo un par de veces al mes y todo eso sin despeinarse ni soltar el flotador.

Después de estar en coma, el eterno peludo de bañador rojo y camisas imposibles, decide casarse en una paradisíaca isla de Hawai, por supuesto acompañado de sus oxigenadas y pechugonas compañeras.

Allí un chino con una estúpida coleta secuestrará a todos sus coleguitas para ponerlos a todos y cada uno de ellos al borde de la muerte, y así, cual sádico maestro de ceremonias hará elegir al pobre Mitch a quien de todos quiere salvar.

Para no tener que spoilear la crítica, no voy a desvelar el final, sólo diré que los equipos de salvavidas tienen a su disposición, lanchas, aviones y zodiacs... y hasta ahí puedo leer.