Se trata de una película que motiva a la ejemplaridad, a los valores humanos, a la humanidad y a la religiosidad. Porque una de las cosas que deja claro esta película es que el protagonista, históricamente verdadero, William Wilberforce, luchó en el tiempo que le tocó vivir (siglo XVIII-XIX) como político inglés ya dentro ya fuera del Parlamento, por la abolición del comercio de esclavos, y todo ello apoyando su quijotismo en sus convicciones religiosas. Es decir que fue su índole religiosa y no otra como la partidaria, la que le acicateó, la que le motivó, la que le concienció a trabajar contra todo tipo de obstáculos, de leyes y de poderosos por abolir la trata de esclavos y su comercio en todo el Imperio Británico.

Cuando se trata de causas nobles u honestas, las batallas hay que darlas. Y ojo, si hay batallas que se pierden sobremanera son las que no se dan. William Wilberforce, propuso en 1791 un proyecto de ley a la Cámara de los Comunes para eliminar la esclavitud. Y desde entonces, luchando contra tremendos y gigantescos "molinos de viento", defendió el proyecto abolicionista hasta 1807, año en que su proyecto de ley fue aprobado por el Parlamento Británico.


Buena y valiosa película.