En pleno tirón Eclipse, la tele patria no podía dejar escapar la oportunidad de volver a enganchar a adolescentes con acné y ortodoncia con una historia de, agárrense los machos, hombres lobos en la España profunda. Una jueza, Belén Rueda, a la que le perdono esta serie y otras quinientas igual de malas, llega a un pueblo que conforme avanzan los capítulos es cada vez más grande, cosas de los errores de raccord, con su hija, una pavisosa Lucía Guerrero, entre María Esteve y Candy Candy, para reanudar su historia de amor con el jefe de la poli rural, un Sbaraglia hablando en andaluz que desaparece en el primer capítulo. A partir de ahí empieza el rollo medio místico y chungo medieval de la licantropía cateta. Olivia Molina hace un papel por fín acorde a su edad, de madre de un adolescente, pero igual de mal que acostumbra... Y bueno, pues eso, que la primera temporada son doce capítulos que se hacen eternos y en los que el argumento va derivando de lo malo a lo peor.
Mala, pero mala, mala.
Lo mejor: Macarena García y su sonrisa embobaespectadores, un derroche de cinegenia tremendo.
Lo peor: Difícil... Pero el rollito "rubia se asoma a la ventana e inmediatamente rubio se asoma a la suya", o "te dejo el pañuelo en la barandilla mientras bailo" son pastosos, ñoños y exageradamente repetitivos, a una media de seis o siete por capítulo.
La segunda temporada arranca ya desde los escombros, con un asesino serbio, o bosnio, o de por ahí, resucitando en una ermita que casualmente no conocíamos aún.
Pffff...