La premisa de un asesino que recrea las escenas de los grabados de Goya es –si bien patológica– bastante original. Sin embargo, el film pierde la oportunidad de desarrollarla con éxito debido a su ambición de abarcar diferentes tramas.

El inicio es prometedor, con unos escenarios bien representados y una historia que se plantea atractiva. Sin embargo, al poco de arrancar, ya empieza a decaer: aparecen secuencias que no van a ningún lado y los personajes pierden credibilidad. La cinta no logra definirse en su objetivo y se pierde en el intento de desplegar dos relatos paralelos: la investigación policial y una introspección en lo personal de la protagonista.

La narrativa principal queda interrumpida varias veces, no solo con escenas de sexo, sino con temas serios como pueden ser el aborto o una infidelidad: materias sobre las que se pasa banalmente y de puntillas en estos cortes de relleno que aportan poco o nada. Esta atención desmesurada a la vida privada del personaje de Maribel Verdú resta tiempo a la resolución del caso, que termina explicándose mediante diálogos y escenas forzadas y previsibles.

No obstante, no desmerece el trabajo del reparto que, aunque el guion no les hace ningún favor, intentan levantar la película. La interpretación de Verdú junto a Aura Garrido –con la que tiene buena química– es de lo poco salvable que tiene el largometraje.

El asesino de los caprichos, a pesar de su sugestivo preámbulo, se queda simplemente en una propuesta con buenos actores y una fotografía interesante, que se desvía de su crónica y acaba requiriendo un final precipitado y decepcionante.

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