Por mucho que montañas de basura fílmica nos hagan creer a menudo que la imaginación en el cine pereció, de cuando en cuando salta a la palestra un título, que a priori parece tener poco que contar, y durante su transcurso te sorprende con una auténtica maravilla de la que sabes que se te quedará grabada en el rincón más amable del recuerdo.

Happy Feet es una de ellas. En los minutos de tanteo simplemente se deja ver, estando únicamente protegida a modo garantía por la calidad visual. Gracias a las hermosas imágenes se asegura en estos primeros compases que no habrá marcha atrás por parte del espectador. Cuando ya hemos calentado el asiento y vamos sintiendo necesidad de algo más que un bonito aspecto, se destapa la caja de pandora y te aparecen unos pingüinos simpatiquísimos consiguiendo arrancar carcajadas e incluso emocionar con algunos números musicales. Conmigo, al menos, lo consiguieron. Vamos, quien me conozca no me cree; pero es cierto, me encantó la parte musical.

De los mejores dibujos hecho en muchísimo tiempo. Si no le doy el diez es por el (ya citado por otros) flaqueo en el desenlace, donde parece haber prisas por acabar siendo rematado con una imaginación tan escasa, como certera fue durante el resto del film. Una auténtica pena. Happy Feet se merecía un final mejor construido.

Aun así me quedo con todo lo demás. Es de esas que aun recién vista te dan ganas de volver a poner en un corto plazo. Altamente recomendable.