Pintan aquello que no se ve, o eso que si se puede ver pero cuya forma es poco precisa. Pintan tanto como la peli pinta con todo el tiempo del mundo sus impotencias, sus desgarros internos. Son un producto distinto, la peli parece un cuadro distinto a los que vemos comunmente, eso es de agradecer, y hasta podemos sentir el equilibrio que los traspasa.

Es una peli que le apunta a las convenciones, que se da maña para crear nuevas formas, pero que siempre aparece rodeada de una tristeza que la abarca de principio a fin: como si de esas almas impotentes solo pudieran surgir nuevas impotencias, como si de todo aquello siempre se derramara un dolor difuso que puede contra los logros, los afectos completos, los riesgos bien recibidos. Castillos... es una obra que busca aprehender una profundidad incierta, pero concreta, en lo que respecta a las relaciones humanas.

Puede fallar en la verosimilitud durante alguna escena (la primera vez que ella les presenta a sus padres) pero no atenta contra la enorme labor de Ruiz, quien intenta hacernos ver que rechazar lo diferente es perder inevitablemente cosas positivas; que en los caminos de la normalidad a veces nos perdemos cuando creemos habernos encontrado.