Mulholland Drive esta llena de cientos de elementos únicos, situaciones absurdas, inventadas, irreales totalmente pero Lynch consigue que todo funcione, todo se armonice como una gran opera. Aquí los violines se transforman en confusión, las trompetas en un caos total y absoluto dentro de la armonía de la película y los sonoros tambores se convierten en la esperanza de encontrar salida a toda esa tela de araña. Naomi Watts y Laura Helena Harring nos preocupan, queremos saber más de ellas, lo queremos todo sin darnos cuenta que es imposible seguirlas, se desvanecen, se pierden en nuestro cerebro, entran y salen de él sin que podamos detenerlas. Pensamos que podemos tocarlas pero van demasiado rapido y se esconden en lugares que la mente no llega.

Lynch nos atrapa metafóricamente como lo hace la pequeña pero astuta araña. David Lynch vuelve a jugar con nosotros, se mete en nuestro cerebro y no lo suelta. En las más de dos horas de película nos sentimos felizmente manipulados por él. No nos damos cuenta pero nos gusta.
Vemos la belleza que nunca se ve, el sentido de las cosas, la realidad de los sueños y la capacidad de algunos para crear armonía.

Con esta esencia nos encontramos ante una de las mejores películas del siglo XXI y de siempre.