El tema es el de siempre en el género. Jóvenes conflictivos potenciales delincuentes, inadaptados, sociópatas víctimas del entorno y/o de sus familias. En contraposición, los monitores educativos del centro donde viven internados, hacen lo imposible para reinsertarles, con su dedicación, paciencia y amor, inmunes al desánimo. Todo muy loable y muy visto. El problema es que el lenguaje fílmico precisa de otra cosa, aparte de la buena voluntad e intérpretes acertados. La realización hace gala de la insoportable moda de la cámara continuamente trepidada para simular filmación en vivo improvisada. Si Bergman resucitara, se volvería a morir del espanto.