Lo romántico tiene estas cosas:

Lo ajeno al propio enamoramiento parece grotesco (los personajes de la estación, las impertinentes amigas de Laura), cínico y perverso (el amigo que le presta el piso a Alec), o aburrido y desmotivante (los crucigramas del esposo).

Y lo propio, qué decir, algo que nos impulsa a lo verdaderamente trágico y quizás más bello aún por esto mismo. Si no, ¿qué justifica estar 3 horas corriendo bajo la lluvia y el frio londinense, en vez de en una cálida butaca junto a la chimenea?

Así nos lo hace ver Laura, la protagonista de esta magnífica película, a lo largo de una narración espléndida, en la que si algo queda claro, es lo frágil y necesitado que es el corazón humano, su ansia de felicidad y de eternidad (¿qué es lo que puede saciar esta sed?).

Lo mejor: sincera, compleja (no me parece ni mucho menos un simple alegato a favor del divorcio), un gran sentido del ritmo y Rachmaninoff.