Frío y oscuridad en el alma de un oficinista anodino, de gestos y acciones cada día iguales en su trabajo y en las ocultas apetencias dentro del hogar.
Al igual que me ocurrió cuando vi la película Funny Games de Haneke, he tenido la impresión de verla sin pestañear, casi inmóvil, tratando de encontrar algún gesto de empatía con el protagonista y sintiendo estar tan lejos y tan cerca a la vez, como alma humana cuyas acciones pueden retorcerse y desviarse de "lo moral", tratando de no ser juez pero, inevitablemente, sintiendo rabia por la impotencia de la víctima.
Así como Haneke no nos ofrecía ninguna referencia familiar de los agresores, en Michael se muestra escuetamente la relación que mantiene éste con su madre y su hermana, visiblemente de poca calidez y cercanía (el intercambio de regalos con su hermana, parece una seria transacción entre desconocidos).
Las últimas escenas mantienen un gran suspense, cuando la madre va inspeccionando el sótano hasta dar con la puerta de la "celda", momento en el que no hay otra opción que hacer un inteligente fundido.