Patrimonio cultural de todos. Si bien es cierto la dictadura franquista la utilizó, a su manera y aprovechando la línea argumental, para sus intereses. Eso, tantos años después, no debería suponer ningún contrapunto, vista con la perspectiva del tiempo, sin dobleces, sin segundas intenciones, porque tampoco las tuvo en su momento. Únicamente como lo que es, una película divertida, entrañable, familiar. Inolvidable.
Ese revoltoso Críspulo siempre con sus travesuras, ese Chencho que no se arranca a hablar, ese padrino protestón llamado José Luis López Vázquez o ese portero que parlotea con su particular lenguaje. Esas vacaciones en la costa, con sus flirteos veraniegos, esas Navidades y ese drama imprevisto que nos encoge el corazón, ese primer televisor para muchas familias, punto de encuentro siempre abocado a la discusión inocente. Ese despertar caótico diario de una casa abarrotada de gente, los pequeños enredando, los mayores a sus cosas y el cabeza de familia (Alberto Closas), siempre abnegado, o la madre (Amparo Soler Leal), paciencia infinita. Y como no, el abuelo (el gran Pepe Isbert), valor incalculable, un poco gruñón, pero siempre presente como un niño más.
Familia como muchas de antes, poco o nada que ver con las de hoy, más numerosa, más tradicional, impensable de realizar en el presente, ni mucho menos con su carácter afable, sencillo, de costumbres y hábitos tan dejados atrás. Los problemas o contratiempos, como las alegrías, se viven y comparten por todos por igual. Todos a una como en Fuenteovejuna, porque para eso es una gran familia.
Puede que nunca hayas sido parte de algo semejante. De este clan, me quedan pocas dudas que cualquiera querrá serlo.