La trilogía de oro se cierra 16 años después de su segunda parte, pero nunca es tarde si la película es buena. Ahora bien, ya de por sí era prácticamente imposible igualar el planteamiento inicial y la excelente continuación que supuso la primera secuela. Sin embargo, El Padrino parte III cumple y está a la altura de lo mínimo que cabría esperar para culminar una leyenda. A finales de los noventa se especuló con una cuarta parte, pero la repentina muerte de Mario Puzo cerró la puerta y dejó la historia de los Corleone en esta película, que realmente implica el fin de un ciclo y no debía porqué proseguir.

Al Pacino demuestra que no ha olvidado a su personaje. Vuelve a ser Michael Corleone y se nota la madurez tanto del personaje como del actor. Muestra una cara más humana y menos agresiva que en las películas de los setenta, pese a que conserve aún su carácter impulsivo que domina su razón. Ahora es más bien un hombre atormentado por cosas del pasado cuando el presente tampoco es tan favorable como para perder tiempo en recordar y lamentarse. Como protagonista que es, interpreta los momentos más especiales y emotivos como su confesión religiosa o qué decir de la impresionante escena final. De las que quedan en el recuerdo y colaboran a inmortalizar una película.

La trama, al igual que las anteriores partes, se caracteriza por la profundidad y la existencia de subtramas que enriquecen al argumento y colaboran a contrastar las tensiones de los personajes de la familia. En lo que afecta a las relaciones y conexiones mafia-iglesia se tratan y escenifican desde un punto de vista más bien sutil, dejando que el espectador haga sus propias interpretaciones. Por otra parte, el hecho de que se haga referencia a hechos históricos es otro acierto que enriquece el contexto del film.

Injustamente esta película no tuvo el reconocimiento que merecía en la ceremonia de los Oscar. Muchas nominaciones y ningún premio.