Una película que no se puede decir que fuera un éxito de taquilla en las carteleras de medio mundo y que, incomprensiblemente, tampoco triunfó en las ceremonias de premios de su año. De hecho, sólo su protagonista fue nominada al Óscar y a los Globos de Oro (y menos mal, sino ya hubiese sido el despelote máximo). Y esto nos demuestra una vez más la injusticia que muchas veces tienen los resultados de taquilla así como las galas de la industria. De lo de la taquilla nos lo podemos esperar porque no es un blockbuster ni nada que se le asemeje, pero que Annette Bening se fuera de vacío ya es incomprensible a todas luces.
Efectivamente, Annette Bening se come la pantalla en su interpretación de una actriz de teatro que ya ha visto pasar sus mejores momentos profesionales pero que se resiste a permitir que el público la reemplace sin antes no dar la campanada; una estrella que está atrapada en la rutina y la desidia de un matrimonio que, aunque funciona, no le proporciona el deseo que ya ha perdido.
Así pues, se puede interpretar la película como una reflexión irónica sobre el paso del tiempo, las grietas que dejan la rutina, el deseo de volver a sentirse joven y deseada que viene con la crisis por la edad, el miedo de perder el fervor del público y el éxito, la inmadurez… todo esto se da en una película bastante buena con una mala baba considerable pero que transmite una empatía fuera de toda duda. Y todo, gracias a su elenco protagonista, pero sobre todo, a la gran Annette Bening.