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davilochi rating:
10
7.3
10,497
Drama. War. Mystery
An American of German descent arrives in post-war Germany 1945. His uncle gets him a job on the Zentropa train line as a sleeping car conductor. The American's wish is to be neutral to the ongoing purges of loyalists by the Allied forces and do what he can to help a hurting country, but he finds himself being used by both the Americans and the influential family that owns the railroad. After falling in love with the railroad magnate's ... [+]
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- es
May 10, 2011
67 of 77 users found this review helpful
Ni qué decir tiene que "Europa" es una de las mejores reflexiones cinematográficas en torno a lo ocurrido en nuestro continente entre 1933 y 1945, el trabajo de documentación realizado por el director para la realización de la obra es bastísimo y su sintetización bien madurada, a la altura de los grandes debates historiográficos de las décadas precedentes. Tras el trabajo de Lars von Trier son reconocibles las tesis de algunos sociólogos, historiadores y literatos como Zygmunt Bauman, Geoff Eley, Robert Gellatelly o Cesare Pavese, también son reconocibles los homenajes estilístico-temáticos a los cineastas alemanes de Weimar como Murnau o Fritz Lang. El montaje es trepidante, una trabajo para el recuerdo de los más selectos paladares; la mayor parte de los planos algo simplemente exquisito; la voz en off de Max von Sydow un placer para los sentidos; el traqueteo de los trenes a su paso por las vías alemanas: pura angustia sin cortar. De hecho no sería extraño que Costa-Gavras tomara algunas ideas del danés para la realización de "Amen".
Leo Kessler, estadounidense de ascendencia alemana y de apellido sospechosamente judío, decide cerrar el círculo familiar volviendo a la que fuera patria de sus padres. Bajo la sugestiva voz de Max von Sydow se realiza un auténtico ejercicio de hipnosis por el cual el espectador es sumergido de golpe en la crueldad despiadada de la posguerra europea, concretamente en Alemania. Estamos ante un auténtico viaje psicoanalítico a través de la conciencia de Europa en el que, como digo, no sólo se embarca Leo Kessler, sino también el propio espectador, al cual se trata de retrotraer al pasado en un intento por mostrar lo que un día fuimos.
En realidad el protagonista va a ser un intermediario del espectador. Como cicerone de esta visita por el museo de los horrores un tío del protagonista encargado del servicio de revisores de un tren dormitorio; la ruta: el sistema ferroviario alemán que se recupera a duras penas después del devastador conflicto. El joven va a seguir los pasos del hermano de su padre, creyendo que puede contribuir a la gestación de un mundo mejor a través de su trabajo en los trenes. Nada más lejos de la realidad. Su trabajo como revisor se va a convertir en un infierno donde podrá contemplar el terror en su forma más extrema, mostrando no sólo el drama de alguien procedente de una cultura externa (la estadounidense) incapaz de comprender lo ocurrido en Europa, sino también de aquellos que pretenden sostener una posición neutral ante los conflictos que se desatan a su alrededor. Como Cesare Pavese mostró en "La casa en la colina", a veces los que más sufren son aquellos situados en una zona gris, entre los que ven las cosas blancas o negras.
El símbolo del tren es omnipresente: un tren que constantemente viaja sin un rumbo claro que, como dice el tío de Leo, uno no sabe muy bien si avanza y retrocede.
Leo Kessler, estadounidense de ascendencia alemana y de apellido sospechosamente judío, decide cerrar el círculo familiar volviendo a la que fuera patria de sus padres. Bajo la sugestiva voz de Max von Sydow se realiza un auténtico ejercicio de hipnosis por el cual el espectador es sumergido de golpe en la crueldad despiadada de la posguerra europea, concretamente en Alemania. Estamos ante un auténtico viaje psicoanalítico a través de la conciencia de Europa en el que, como digo, no sólo se embarca Leo Kessler, sino también el propio espectador, al cual se trata de retrotraer al pasado en un intento por mostrar lo que un día fuimos.
En realidad el protagonista va a ser un intermediario del espectador. Como cicerone de esta visita por el museo de los horrores un tío del protagonista encargado del servicio de revisores de un tren dormitorio; la ruta: el sistema ferroviario alemán que se recupera a duras penas después del devastador conflicto. El joven va a seguir los pasos del hermano de su padre, creyendo que puede contribuir a la gestación de un mundo mejor a través de su trabajo en los trenes. Nada más lejos de la realidad. Su trabajo como revisor se va a convertir en un infierno donde podrá contemplar el terror en su forma más extrema, mostrando no sólo el drama de alguien procedente de una cultura externa (la estadounidense) incapaz de comprender lo ocurrido en Europa, sino también de aquellos que pretenden sostener una posición neutral ante los conflictos que se desatan a su alrededor. Como Cesare Pavese mostró en "La casa en la colina", a veces los que más sufren son aquellos situados en una zona gris, entre los que ven las cosas blancas o negras.
El símbolo del tren es omnipresente: un tren que constantemente viaja sin un rumbo claro que, como dice el tío de Leo, uno no sabe muy bien si avanza y retrocede.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Aquí reside el drama del progreso y el paralelismo con la obra del polaco Zygmunt Bauman, quien afirmó que el nacionalsocialismo y más concretamente la Shoah no fueron un accidente en el progreso de la humanidad, sino una consecuencia natural de éste, conducente en última instancia a la muerte industrial de masas donde la carne humana se convierte en la materia prima y el sistema ferroviario en el sistema nervioso de este gigantesco monstruo que devora Europa. Leo Kessler descubrirá dentro del tren vagones que ni tan siquiera sabía que existían y dentro de éstos los trágicos sucesos de los años 40, poniendo un silencioso pero aterrador grito en el cielo contra aquella Europa que prefirió olvidar su propia tragedia recién terminada la guerra.
Así, el tren en que viaja Leo Kessler se convierte en una alegoría de Europa, en la misma alegoría de la modernidad y el progreso imparables que se dirigen de forma irremediable hacia el abismo, y por mucho que el protagonista lo intente, es imposible frenar ese tren. En dicho tren está mal visto levantar las cortinas para contemplar el exterior, una dura crítica contra todos los alemanes que decidieron subirse al tren sin pensar en las consecuencias, sin apenas conciencia crítica, un reflejo de aquel refrán que dice que "no hay más ciego que el que no quiere ver", pero ya hace muchos años que esa pretendida ceguera no fue tal, todos estaban al tanto de lo que ocurría a su alrededor. El propio Kessler es buena muestra de ello, quien sin ser alemán ni tener vínculos con ninguna causa está a punto de caer en la más absoluta connivencia con el terror por amor hacia Kat, igual que muchos otros tuvieron sus motivos individuales como el propio afán de sobrevivir.
Estamos ante una reflexión que sirve para todo un continente que tiene a Alemania como caso paradigmático de los desastres del siglo XX: desde la hija que empuja a su padre al suicidio en nombre de una causa suprema hasta los que vuelven para reclamar la que fuera su tierra y se encuentran con un paisaje devastado, material y moralmente, pasando por la connivencia de instituciones centenarias como la Iglesia. Es inolvidable la actuación del sacerdote, que le baila el agua a todo el mundo, una de las claves de la supervivencia de una institución como ésta. Dios está contra los que no creen, pero perdona a todos aquellos que matan o mueren por tener fe ciega en lo que consideran una causa justa, porque ellos también sufren y tienen sentimientos, ellos también aman la vida, aunque sólo sea la suya, y aman a sus hijos, aunque sólo sean los suyos. Finalmente mueres ahogado y encima de tu cadáver la gente aún bracea esforzándose por sobrevivir, signo de que la vida sigue y que tu participación no es necesaria para la continuidad del mundo porque, al fin y al cabo, no representas nada, no eres más que una existencia insignificante. He ahí la verdadera tragedia del hombre.
Así, el tren en que viaja Leo Kessler se convierte en una alegoría de Europa, en la misma alegoría de la modernidad y el progreso imparables que se dirigen de forma irremediable hacia el abismo, y por mucho que el protagonista lo intente, es imposible frenar ese tren. En dicho tren está mal visto levantar las cortinas para contemplar el exterior, una dura crítica contra todos los alemanes que decidieron subirse al tren sin pensar en las consecuencias, sin apenas conciencia crítica, un reflejo de aquel refrán que dice que "no hay más ciego que el que no quiere ver", pero ya hace muchos años que esa pretendida ceguera no fue tal, todos estaban al tanto de lo que ocurría a su alrededor. El propio Kessler es buena muestra de ello, quien sin ser alemán ni tener vínculos con ninguna causa está a punto de caer en la más absoluta connivencia con el terror por amor hacia Kat, igual que muchos otros tuvieron sus motivos individuales como el propio afán de sobrevivir.
Estamos ante una reflexión que sirve para todo un continente que tiene a Alemania como caso paradigmático de los desastres del siglo XX: desde la hija que empuja a su padre al suicidio en nombre de una causa suprema hasta los que vuelven para reclamar la que fuera su tierra y se encuentran con un paisaje devastado, material y moralmente, pasando por la connivencia de instituciones centenarias como la Iglesia. Es inolvidable la actuación del sacerdote, que le baila el agua a todo el mundo, una de las claves de la supervivencia de una institución como ésta. Dios está contra los que no creen, pero perdona a todos aquellos que matan o mueren por tener fe ciega en lo que consideran una causa justa, porque ellos también sufren y tienen sentimientos, ellos también aman la vida, aunque sólo sea la suya, y aman a sus hijos, aunque sólo sean los suyos. Finalmente mueres ahogado y encima de tu cadáver la gente aún bracea esforzándose por sobrevivir, signo de que la vida sigue y que tu participación no es necesaria para la continuidad del mundo porque, al fin y al cabo, no representas nada, no eres más que una existencia insignificante. He ahí la verdadera tragedia del hombre.