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January 10, 2010
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Cada nuevo trabajo de los hermanos Coen me deja en un estado de incomprensión que roza el cabreo. Una vez más y para no variar las expectativas suelen ser altas, ya sea por sus previas críticas favorables o por ese afán “gafapastil” de convertir en oro cualquier producto Coen.
Un tipo serio se me antoja, acorde al título, como una obra demasiado seria con un ritmo pausado hasta agotar, donde pequeñas pinceladas de un humor, en su mayoría negro, no dejan a flote un film que hace aguas desde el prólogo. El empeño de sus directores de hacer de cada obra un culto resulta muy evidente y a consecuencia de ello se produce el rechazo. Salvo para espectadores coenianos inconscientes de la realidad por su acérrima subjetividad, el film no se sostiene. Un guión injustificablemente lento y una temática de escaso interés al tratar una religión no tan carismática en nuestra nación aportan más tedio al film.
Por el contrario, es cierto que los Coen saben realizar inteligentes castings. Cabe recordar en anteriores trabajos a su musa Frances McDormand, Jeff Bridges o Javier Bardem, siempre personajes al límite o haciendo llegar al límite al espectador como en este último trabajo. Michael Stuhlbarg, desconocido para el público español en su mayoría, se labra un papelón de diez. Imposible no empatizar con su personaje. La gesticulación se convierte es su premisa para conseguir alguna sonrisa en el espectador.
El resto del reparto no desentona, desde luego es lo mejor de una cinta que sin ser la peor de sus directores no consigue llegar al aprobado.
Mención especial para la ambientación de finales de los ´70 y la banda sonora. Indiscutible acierto incluir en los créditos “Dance me to the end of love” de Leonard Cohen.
Lo mejor: el descubrimiento de su protagonista Michael Stuhlbarg
Lo peor: que se trate de vender como un producto pseudo-intelectual.
Un tipo serio se me antoja, acorde al título, como una obra demasiado seria con un ritmo pausado hasta agotar, donde pequeñas pinceladas de un humor, en su mayoría negro, no dejan a flote un film que hace aguas desde el prólogo. El empeño de sus directores de hacer de cada obra un culto resulta muy evidente y a consecuencia de ello se produce el rechazo. Salvo para espectadores coenianos inconscientes de la realidad por su acérrima subjetividad, el film no se sostiene. Un guión injustificablemente lento y una temática de escaso interés al tratar una religión no tan carismática en nuestra nación aportan más tedio al film.
Por el contrario, es cierto que los Coen saben realizar inteligentes castings. Cabe recordar en anteriores trabajos a su musa Frances McDormand, Jeff Bridges o Javier Bardem, siempre personajes al límite o haciendo llegar al límite al espectador como en este último trabajo. Michael Stuhlbarg, desconocido para el público español en su mayoría, se labra un papelón de diez. Imposible no empatizar con su personaje. La gesticulación se convierte es su premisa para conseguir alguna sonrisa en el espectador.
El resto del reparto no desentona, desde luego es lo mejor de una cinta que sin ser la peor de sus directores no consigue llegar al aprobado.
Mención especial para la ambientación de finales de los ´70 y la banda sonora. Indiscutible acierto incluir en los créditos “Dance me to the end of love” de Leonard Cohen.
Lo mejor: el descubrimiento de su protagonista Michael Stuhlbarg
Lo peor: que se trate de vender como un producto pseudo-intelectual.