Vi este bodrio cuando se estrenó, en una sala de las de antes -¿900 butacas?- empetada de estudiantes universitarios durante una “sesión del espectador”. Nunca lo he pasado tan mal en un cine. El olor a gimnasio y la algarabía generalizada de los que me rodeaban con los bobos chistes, me produjeron una sensación de nausea continua que aún recuerdo con profundo desagrado.

Quizá mi odio a esta película sea exagerado debido a lo malo de la experiencia. Pero es que el desproporcionado éxito de esta zafiedad de humor barato y chabacano ha creado escuela. Desde entonces todos los “taquillazos” del cine español han tirado por ese camino, tomándole Santiago Segura el relevo a un Bajo Ulloa, que seguramente estaría muy ocupado gastándose el pastón conseguido con esta bazofia.