Película con un mensaje noble, sobre la soledad, el espíritu de combate pese a las adversidades y la pasión con la que se debe hacer cada pequeña cosa, en el fondo una parte de un gran todo para todos. Seguramente se pudo haber ahondado más en algunos detalles, para matizar la reflexión en torno a las condiciones en las que lo tradicional y lo moderno se incrustan en el Japón de hoy y para matizar lo mucho que hay por aprender aún de la sabiduría Zen del ser en la atención profunda a cada pequeño acto cotidiano; pero, pese a ello, el resultado es decente tanto para el público en particular como para quienes podemos esperar un poco más. A lo mejor, lo que se espera desde la dirección de Allan Ackerman es precisamente que las moralejas y las honduras las saque cada espectador con su debido comedimiento.