Hacía años que no salía de un cine llorando. Las lágrimas que llegan llamadas por Pixar o por Disney no son de tristeza. No son del impacto que causa el sentirse identificado con la amargura de la vida. No, estas son las lágrimas escondidas que guardaste por los tiempos pasados, por lo que echas de menos y por lo que aún esperas. Esa es la diferencia. Disney siempre ha hecho soñar a los adultos, despertando al niño interior que todos llevamos dentro en un trabajo catártico maravilloso. Coco no es excepcional en este caso. Tiene unos personajes memorables y bien definidos. Un objetivo claro en el protagonista y una necesidad que, finalmente, acaba haciéndose la necesidad de todo aquel que ve la película. Sin hacer spoilers, diré que Coco tiene uno de los finales más bonitos que he visto en el cine en los últimos años. De esos que son una genialidad obvia...obvia pero que no se le ocurre a tantos guionistas. Para que este final sea tan genial y sea tan maravilloso, se hace muy necesario conocer bien a los personajes de antemano.

Sin embargo, en Coco me ha faltado ese amigo entrañable que era Scuttle en La Sirenita, el Abu de Aladdin o un Olav como el que hay en Frozen. No creo que en esta ocasión hayan acertado demasiado con el xoloitzcuintle, de cuya raza yo no tenía ni idea. Y a propósito de esto, otro gran favor que nos ha hecho Pixar con Coco es el tiempo de investigación que se ha dedicado a conocer las costumbres mexicanas para luego trasladarlas al guión. Por fin alguien nos ha hecho entender la relación especial que la vida y la muerte tienen allí. Sorprendente para una sociedad como la española con tanto miedo a morir. Y de eso se trata el cine, de conocer otros mundos, otras realidad, otras vidas. Y la música...tras ver la película intenta escuchar la BSO hasta el final e intenta no llevartelo a lo personal. Si lo consigues, cuéntamelo.