El gran acierto de "Fargo" (la película) era presenciar cómo el fatalismo se apoderaba de unos personajes desastrosos, incapaces del más mínimo control de su destino. Nada salía como ellos esperaban y era la fortuna caprichosa la que gobernaba el rumbo ominoso de los acontecimientos. Con "Fargo" asistíamos a la contingencia del ser humano, reducido a marioneta del azar en un mundo implacable. Precisamente en este contexto emocional cobraba sentido la partitura trágica de Carter Burwell que caía como una losa sobre el paisaje nevado.

Fargo (la serie) traslada de forma minuciosa el universo original, pero se olvida de su esencia fatalista. Sus protagonistas ya no son víctimas del destino, más bien al contrario asumen con premeditada convicción las consecuencias de sus actos. Todo ocurre desde una escala humana, sin la sensación de trascendencia que los Cohen supieron transmitir en la película.

Las referencias de la serie al mundo de los Cohen pecan de reiteración y poca sutileza, a veces una burda caricatura. El seguimiento de la historia se resiente por un exceso de subtramas, muy acorde con la obsesión serial por dilatar el metraje. Pese a todo la serie logra un oscuro suspense y escenas que conservan la atmósfera original, además de aportar personajes nuevos, como los estrafalarios detectives del FBI. Aunque su vocación de homenaje no alcanza la profundidad que pretende, al menos contribuye a convertir el universo de "Fargo" en mitología contemporánea.