El abuso tiene algo hipnótico. Nos conmueve, nos atrapa. Sentimos empatia hacia el sufrimiento y daño que creemos que sufren otros. Nos pasa con otras personas, nos pasa con animales, nos pasa incluso con plantas y paisajes. Y en el mundo que vivimos, aunque menos violento que el de nuestros abuelos, las noticias viajan rápido y son gráficas. Hoy podemos ver sangre, marginalidad e injusticia pero sin embargo normalmente decidimos no consumir estos materiales ya que nos hacen sentir impotentes y tristes.

Sin embargo en el cine es distinto. Pagamos para sentirnos mal, como con las películas de terror. Nos sentamos en una habitación oscura y pagamos por contemplar abuso de otros sabiendo que nos va a afectar. Y como en las películas de terror lo mejor no es la violencia en si misma sino la anticipación, el eterno suspense, lo que no se ve. Muchos autores son buenos en esto, como Haneke o Peckinpah. Esta es la clase de película que tenemos enfrente: clásica y basada en la anticipación de la violencia y regodeo en la intimidación. Pura pornografía.

Susan es una mujer que esta casada con un hombre rico y tiene una exitosa vida como artista. Pero Susan no esta contenta, se siente estancada y perdida. Susan sufre con su vida burguesa pero un día del correo le llega un manuscrito de su exmarido Mathew, que ha completado un libro y quiere dedicárselo. Mathew, hombre sensible y que todos toman por apocopado. Mathew, que solo escribía sobre si mismo. El libro es violento y cruel. Pero Susan en el fondo quiere sufrir con el personaje del libro. Y queremos creernos la historia de Susan como ella quiere creer la de Mathew. La de ambos.

Ven con nosotros y sufre tu también.