Anulada la opción “Kurosawa ochentera”, pasamos a una alta dosis de Walden. La primavera se va abriendo paso y vemos la procreación animal, como si Thoreau nos estuvieran recitando la historia para que nos relajemos, cuando nos adentramos en una auténtica historia de terror… El águila capturando el conejo, con una destreza fílmica impresionante, es el preámbulo de lo más horroroso del film.

¿Una familia entera enterrada viva? ¿Qué clase de mente enferma diseña tal crueldad? Ya sabemos que se trata de una película de terror, desde el mismo momento en que esa piara de animales bípedos lo entierran en sus patatas. El sexo, una asquerosidad más en este experimento sociológico, que nos hace llegar al límite justo en la segunda mitad. Lentitud, paisaje (¿no te gusta lo japo?), tiempo para que pienses en lo que significa que lleves a tu madre al costado a que se muera de frío en la montaña. No tiene ningún sentido, piensas, mientras naturalizas que se caiga por el precipicio ese padre que no quiere asumir tremenda crueldad intergeneracional. Ya te alegras cuando la nieve acelera la muerte de esa bruja de la tribu, desdentada y sin escrúpulos.