Las atrocidades del holocausto, su antes, su desarrollo y sus resultados han sido objeto de muchísimas películas, pero infortunadamente buena parte de ellas de alguna manera se centran tanto en el momento, las décadas del 30 y el 40, que parecen historia ya acabada. Pocas veces logran mostrar la puerta que aun no se ha cerrado, quizá porque se proponen solo mostrar la victimización de un pueblo, no la ideología que hay detrás.

En cambio en esta Kadar y Klos se dan mañanas de dejar pendiente el final de la historia, de manera que ese final puede escribirse para lo que está ocurriendo en esta segunda década del siglo XXI cuando vuelve a haber un aparentemente irresistible ascenso de la xenofobia y de los muros de separación, peor aun por obra hasta de herederos de los que los padecieron hace dos generaciones. O si no, que lo diga la discusión que hay hoy en Polonia sobre su parte de culpabilidad en el holocausto.

De cómo un monumento hueco, endeble, que se alza en la plaza de un apacible pueblo, se convierte en el icono de una tragedia.