Nueva York desolado, vacío, con un intenso dramatismo y una frialdad humana tan latente que lo abarca todo. Las imágenes, espectaculares todas ellas, aportan algo más que un simple deleite de efectos especiales. Es de las pocas veces en que los efectos especiales están subordinados a la historia, porque la mejoran, porque la dan vida, y porque no decirlo... porque ver el Nueva York creado en Soy leyenda es fascinante.
Will Smith se sube a la espalda casi toda la película y lo hace con buen hacer, sacando provecho a su papel, y demostrando que es una garantía en casi cualquier película que aparezca (aún me lo sigo sin imaginar en una película británica de época victoriana).
Pero esa buenas impresiones se diluyen durante el metraje, en una película a ratos interesante, y todo hay que decirlo, entretenida siempre. Se diluye con esos zombies humanos que parecen sacados de un resident evil, y eso que la primera relación zombies-Will Smith se resuelve brillantemente. Se diluye cuando hollywood vuelve a pensar más en el dinero de taquilla que en lo que es conveniente para la historia. Se diluye en esos últimos 5 minutos que no hay quién se los crea. Se diluye y uno sale pensando de quién ha sido la culpa. No puede ser de Will Smith cuya actuación es irrepochable, ni tampoco del director F. Lawrence cuya labor durante la primera mitad de la película ha sido notable. Posiblemente sea del productor que antes de querer dejar huella en el cine de cienca ficción y hacer justicia a la novela que se adapta, pensó en la taquilla de una película navideña. Como decía Burt Lancaster: "Hollywood tiene una respuesta muy sencilla para esa pregunta: ¿Quieres hacer arte y tienes dinero? Ve y cómprate un Piccaso. No vengas aquí a joder. Esto es un negocio"