Normalmente los trabajos de un director, por diferentes que puedan llegar a ser entre sí, siempre suelen tener características comunes, un estilo identificable, pero en esta ocasión no veo nada que me diga que es una película de Verhoeven y la verdad es que nos lo ha dejado “a huevo” para que nos deleitemos con críticas de las que no dejan títere con cabeza y a veces pienso si realmente los creadores de tales mojones fílmicos son conscientes de sus engendros. Pues bien, parece que no.
En cuanto a esa búsqueda de venganza por parte de la protagonista, que yo no consigo ver por ningún lado porque más bien parece todo lo contrario, se traslada a nuestra persona para convertirnos en las verdaderas víctimas al ser testigos de atrocidades cada cual peor que la anterior. Y es que hay muchas formas de provocar, de ser transgresor, rebelde, antisistema, pero hay que saber hacerlo. Otra cosa muy distinta es vanalizar sobre ciertos actos y sus consecuencias y transformarlas en un mal gusto de esos que te hacen cuestionarte por qué estás perdiendo un valioso tiempo frente a la pantalla. Confundir cualquiera de las formas citadas anteriormente con el mal gusto es para hacérselo mirar.
Lo curioso no es que veamos a un personaje totalmente trastornado y enfermo, sino que casi todos, por no decir todos ellos, lo están. Bueno, hay muchas películas con personajes así que son obras maestras… pero cómo os diría yo… este no es el caso. Que psicópatas, violadores, sociópatas, imbéciles y demás fauna pululen alegremente por la pantalla durante dos interminables horas de suplicio haciéndonos creer que sus situaciones lucen como las más normales del mundo no tiene el mínimo sentido. Si fuese una comedia negra, algunas secuencias podrían pasar, pero seguiría siendo de mal gusto, especialmente porque hay cosas sobre las que hacer comedia no procede. En esta película, las situaciones ridículas, patéticas o del surrealismo de la más ínfima calidad son tan poco creíbles que no sé cómo calificarlas. Ah, esperad, creo que sí… una mierda.