No seré yo quien despotrique en contra de Eddie Murphy, sobretodo con el Murphy de los 80, aquel descarado bocazas me sacó más de una carcajada cuando era un crío.

Pero su apoteósico éxito llegó a su fin, el día que se creyó autosuficiente como para dirigir su propio vehículo de lucimiento, o sea, "Noches de Harlem". Lo comento, porque solo nos hicieron falta dos películas para bajarle los humos al cómico; la segunda, por su puesto, es esta.

Aquí se acabaron las risas, Murphy se las da de galán en un mundo de perfumes y rodeado de bellas modelos, todo muy elegante y predispuesto, para alimentar su egocentrismo, en una película que destila un tufillo machista por los cuatro costados. Solo se salva en cierta manera, el personaje de Halle Berry, aunque tampoco termina de convencerme.

Este fue el principio del fin de un cómico, que dejó de hacernos reír cuando se creyó que todo lo que tocara se convertiría en oro.