Un compendio directo, clarificador e impulsivo de lo que es la sumisión al opresor, de una relación tóxica explicada al detalle tanto por las personalidades de los implicados como por la dependencia social que la mantiene viva a pesar de las circunstancias. Estéticamente bellísima, con un juego de luces y sombras maravilloso, busca el juego de los opuestos, sin ningún tiempo al color narrativo ni en el guion. Sus personajes se comen la pantalla en todo su complejidad. Sin miramientos en la trama, nos suelta una retahíla de escenas sin censura ni compasión para extender la idea de causas y efectos de una relación llevada al extremo pero sin caer en el simplismo argumentativo. Ripstein nos enseña cómo de enferma puede ser una relación que puede nacer del amor pero que se retroalimenta para emponzoñar cada instante con rencor y odio dependiente. Una alegoría de la necesidad mutua en connivencia con todos los factores externos. Mezcla de ceguera sentimental y personalidades desprovistas de matices interiores capaces de enarbolar la lucha por el quererse a uno mismo...