Sin duda, trabajos anteriores -"No habrá paz para los malvados"- no garantizan la calidad de la nueva creación. Para esta ocasión, nos ofrece un thriller psicológico que apunta muchas maneras pero que se queda en "agua de borrasca". Ante un personaje principal que no está bien configurado pues deja muchas preguntas sin contestar (más bien parece una niña perdida en una tienda de chucherías de la que siempre le ha estado prohibido comer hasta que llega el marromo de turno y le ofrece la piruleta de su vida a la cual no podrá resistirse), el papel de Miguel Ángel Silvestre roza la ridiculez dada su endeble construcción (su única función es hacer que toda una mujer juez se muera por su miembro fálico y pierda la cabeza -si es que la tenía). Respetando el trabajo de ambos actores -si el guión no da para más no es culpa de ellos- no deja de ser reprochable que el publicitado "Duque" se esfuerce por parecer un actor más allá de su físico y que sólo se le ofrezcan papeles por el mismo. Dejando de lado este detalle, el clasicismo con el que se describe a la mujer -patética y frágil ante el potente cuerpo masculino por el que se vuelva tonta y dócil-, la carencia de un relato que no acaba de transmitir nada -a nadie importa quién mata a quién o por qué el personaje es cómo es, sólo importa la escena de sexo, buena por otra parte- y la triste y dramática escena final, a todas luces sobrante convierten a este prototipo de drama psíquico en una historia inconsistente que no acaba de funcionar.