Pongo el título éste para quedar bien, para que parezca que me he tomado la cosa en serio, pero la verdad es que no.

Dos científicos, él y ella, son pareja, de hecho. Viven juntos, trabajan juntos, comen juntos, duermen juntos, y claro, se aburren juntos. La gente común cuando alcanza tal estado de rutina parejil pretende solucionarlo yéndose de vacaciones, casándose, comprando unas cortinas nuevas o teniendo hijos, pero estos dos se ponen a hacer el franquestein, que es más original, pero también más peliagudo.

Así pues, el tedioso desgaste de la convivencia se ve sustituido por un cacahuete con patas mutante, que en tan sólo unos días toma aspecto de paletilla de jamón cocido. La criatura, que además es niña, es la cosa más fea que ha parido madre alguna, así que toca esconderla, no la vaya a ver un familiar. Y el argumento viene siendo más menos éste, con algún detalle de color que prefiero callarme, no vaya ser que alguien la quiera ver y le espante.

La conclusión, por buscársela, puede ser la típica “no juegues con cerillas, que te quemas”, o la más atípica “quieran o no, los padres siempre terminan jodiendo a los hijos, o viceversa, que pal caso es lo mismo” O, a lo mejor, lo que trata de explicar la peli es el conflicto emocional de los padres con hijos transexuales. No sé, la verdad. En mi opinión, el realizador nunca debería haber salido del dichoso cubo.