Número 9 es promocionada como una de las mejores películas de animación de los últimos tiempos, amparándose en la fama de uno de sus productores, Tim Burton. La verdad es que cualquier fan de la animación y del susodicho director la película hará pasar un rato interesante. Estéticamente la oscuridad del ambiente, la calidad de imagen y cierta amargura de fondo, aportan cosas de cierto valor. Quizás lo más significativo sea la alegoría que se esconde detrás de cada uno de los personajes: 1, encarna de un lado los valores del pasado (iglesia, aristocracia), el miedo al cambio y de otro los de individualidad extrema; 2, la amistad; 3 y 4, representan lo par y lo impar hermanados en la cultura y lo libresco; 5, el umbral de la balanza, la mirada escindida entre los valores del pasado (1) y del futuro (9);6, el lucidez de la locura y la sombra; 7, le femenino, lo afortunado, osado y aventurero; 8, la fuerza bruta sin raciocinio; y finalmente 9, lo último, lo joven, el final de un ciclo. Este tratamiento metafórico alcanza a los otros dos polos de la acción: el científico (encarnación de la fuente de creación humana) y La Maquina (como representación de la fuente creadora de lo artificial). Mucho más se podría decir de tantos y tantos símbolos presentes en la caracterización de personajes.
Hasta aquí estaría lo más trabajado de la película. La lástima es la simpleza del asunto inicial: un mundo apocalíptico amenazado por bestias de metal, que el hombre había fabricado como armas y se habían devenido en la extinción de la humanidad. No hay demasiada originalidad ni en la historia, ni en el planteamiento, ni en el desenlace. Mucha acción, algunos efectos, pero este film está a años luz de la madurez y profundidad de la animación que se exhibe en otros países (Walz with Bashir o Persepolis).