LA ROCA es una de esas sacrosantas películas que no pueden ser despellejadas. O yo, en base a la puntuación que ostenta en esta página, lo barrunto. Que, a lo peor confundiendo méritos precedentes con prestaciones en tela de juicio, nombres de mitos con géneros a examinar o vidas laborales con lo que uno está viendo, la inmensa mayoría se muestra piadosa, o condescendiente, cuando se trata de acometer por cuanto a lo que a este tipo de cintas se refiere la constructiva tarea.
LA ROCA es un despropósito granítico desde el inicio aparatoso hasta el chascarrillesco final. Así, un anciano que ha permanecido treinta años en prisión se comporta cuando la cosa se mete en harina como Máximo Meridio en sus mejores tiempos y un agente federal sin experiencia en trabajos de campo, con jeringa y doctorado en Harvard, salta, brinca, se revuelca y hace ruidos portando una bolita con gas venenoso sin acusar, vive Dios, llegado el momento, ningún incidente desencadenador. Al lado del uno y del otro, o enfrente del uno y del otro, dos militares justos y reivindicativos al mando de la canalla.
Se unieron buenos tipos, intérpretes de solera y solvencia a prueba de balas, o de misiles, a Nicolas Cage para esta empresa, un escalón más en el descenso del de los Coppola a los infiernos; e historiales que parecían insumergibles a punto estuvieron de irse al fondo de un mar plagado de piedras hundidas y donde tenía que haber recalado esta otra ROCA, una de esas películas que no pueden ser despellejadas si no quiere verse uno expuesto a la ira de los aficionados a los personajes que, salvadores del mundo, emergen entre la bruma, o al fuego de los simpatizantes de la testosterona que producen los testículos del minotauro.