La industria del cine de los últimos tiempos ha engendrado y parido a un nuevo estereotipo de personaje: el psicópata tierno que se enamora como un adolescente y le hace ojitos a su enamorada, que puede ser cualquier mujer que ponga cara de pena. Yo creo que estamos muy enfermos y aunque admito que cierto grado de enfermedad y perversidad es bienvenido, lo cierto es que ya nos estamos pasando de la raya.

Porque no es algo puntual de un director loco; es una constante en la ficción: reconvertir lo negativo en referente positivo. Nada más hay que leer muchas de las críticas de «Drive» en esta misma página para comprobar que este protagonista, el de un Ryan Gosling en una discretita interpretación, genera simpatías y hasta se le tacha de un tipo normal con aspiraciones normales. Nadie parece fijarse en que su comportamiento durante el noventa por ciento de película encaja a la perfección con la de psicópata por su carencia de emotividad y sentimientos de culpa. Claro, uno puede ver a Gosling poniéndose chulo y pensar según su gusto, no porque la historia dé explicaciones sobre su vida, que es un hombre torturado y buscarle así mil justificaciones a su frialdad, mutismo, inexpresividad, violencia y falta de escrúpulos. Pero la realidad es que este personaje no tiene más fondo ni sustrato que el de criminal deleznable al que nos los quieren hacer pasar por héroe justiciero, que es lo guay y lo que parece cumplir las fantasías del espectador medio. No, señores míos: este tipo es un escorpión que te va a picar sí o sí y en la naturaleza del escorpión no está la de enamorarse de la rana e irse a vivir a una charca en armonía con el mundo. ¿De verdad no nos damos cuenta de lo enfermo que es todo esto?

El mérito de «Drive» radica en su estética, eso sí es innegable. Espectacular la retro banda sonora compuesta por Cliff Martínez, para mí lo mejor, y gran dirección artística y estilosa fotografía nocturna, junto con un Nicolas Winding Refn que sabe cómo moverse en escena. No es un videojuego, no, es un bonito videoclip de cien minutos con un guion malísimo, por desgracia, que ocupa una hora en un romance entre indie y emo que no hay quien se crea y cuarenta minutos de acción propiamente dicha falta de toda originalidad y sin ningún sentido.

Sobrevalorada. Por momentos ridícula aunque siempre elegante.