Otra vez me engañan con lo de «terror». Qué difícil es encontrar terror del bueno, del serio. Pero lo seguiré buscando.

«Winchester» ya te echa para atrás desde los primeros cinco minutos. Estoy harta de que siempre, siempre, siempre las películas empiecen con una especie de introducción con la que se pretende dar una idea general sobre lo que está pasando, lo que va a pasar, dónde y quiénes. ¿Por qué? ¿Para qué? Encima, nos meten los típicos recursos del terror estúpido: las caras de susto porque sí, los pasillos silenciosos, la musiquita inquietante... Repito: ¿para qué todo esto?

Tengo que volver a reiterarme en lo que comenté en otra crítica sobre una película del género: rodemos el terror como si no lo fuese. Si «Winchester» en vez de empezar con posesiones, mujeres enlutadas y repullos, lo hace con la visita del abogado a casa del protagonista para ofrecerle el empleo, al menos la película hubiera comenzado con buen pie, te hubiera creado intriga real, te hubiese interesado saber qué está pasando y por qué. De la manera en la que está, ya sabemos que hay fantasmas, que hay un peligro, que la anciana protagonista tiene razón y lo que va a pasar con la sobrina y su hijo. Así que, ¿a mí qué me importa ya nada?

Esto es un ejemplo claro y práctico de cómo no pasarse con las explicaciones y exposiciones, pero «Winchester» la verdad es que está mal concebida casi en su totalidad. Sí me han gustado la ambientación y el vestuario, con una fotografía de colores intensos que sería aprovechable para otro trabajo. El guion de «Winchester» es una bobada absoluta en el que los fantasmas demuestran ser unos bobos perdidos con unas motivaciones absurdas que perfectamente podrían encajar en cualquier asociación contra las armas de fuego de los Estados Unidos, que parece que ha financiado la película. El comportamiento de los personajes de nuevo no guardan coherencia con lo que sucede y al final todo es un batiburrillo de fenómenos paranormales que llegan a dar hasta risa.

Vaya fantasmones.