El bueno de Tim Burton y el no menos bueno de Johnny Depp (uy, falta Helena, ¿no?) han realizado esta vez una peliculita de lo más amena y curiosa que utiliza «La leyenda de Sleepy Hollow» de Washington Irving como cimiento sobre el que construir su historia. Lo que no entiendo y lanzo al aire como cuestión para la que no hay respuesta es: ¿por qué? ¿Por qué se cambia el material original y escrito al adaptarlo a guión? ¿Por qué, si está perfecto tal cual está? Misterio.

Quizá un misterio tan arraigado como ese del Jinete Sin Cabeza, espectro horrible interpretado por un Christopher Walken que no es que de miedo, es que produce desagrado. Yo creo que esos añadidos supuestamente terroríficos que Burton introduce en los hechos paranormales son muy molestos y rompen con lo verdaderamente intrigante. Vamos, que los pelos de punta y los dientes afilados del Jinete no dan tanto miedo como podría haberlo dado Walken siendo él mismo, que para eso es Walken. A este detalle se pueden añadir los ríos de sangre, que hay que saber cómo y cuándo emplearlos; la bruja sobrecargada o incluso el pasado que se explica del Jinete, que si ya era más malo que nadie estado vivo, muerto tampoco me fiaría mucho.

Sea como sea, «Sleepy Hollow» es simpática y tiene, aunque algo lineal, un argumento que interesa a pesar de sus excentricidades, o quizá por ello. La estética oscurantista queda bien y el sentido del humor pues hace gracia; a mi el protagonista, Ichabord Crane, me cae genial, tan miedoso a veces y tan racional otras. Respecto a la lucha entre mente y espíritu, es evidente que la película opta por la victoria espiritual, y de esta forma la brujería se da por cierta, con lo cual se llega a la extraña conclusión de que la quema de brujas de siglos pasados resulta completamente verosímil.

El final vitalista me encanta, no voy a decir que no, y el conjunto es agradable aunque podría haber sido, por supuesto, muchísimo mejor.