"Interstate 60" es una de esas películas que tan pronto te sorprende, tan pronto te está pegando calorcito con sus tropecientas historias adosadas a esa trama tan boba, tan ingenua, tan obvia y tan aleccionadora (eso sí, con su dosis chunga de buenrollismo) que haría huir a más de uno disparado camino al País de las maravillas, y es que por mucho que se intente dar a entender que es un cuento, los cuentos no necesitan una estructura tan torpe ni que en cada subhistorieta se esté hablando de un modo tan bobalicón sobre algo para dar a entender el que realmente es su trasfondo.

A James Mardsen, además, deberían decirle que para interpretar hay que mover los músculos de la cara, no zarandearlos espasmódicamente fingiendo reír, llorar o estar ofuscado, porque a eso no se le llama actuar... de hecho, no sé ni como se le llama. Y aunque el personaje de Oldman -extrañamente- me guste y el de Lloyd sea simpático, cuando durante todo el viaje van soltando tópicos con patas como el de Cooper o tonterías ambulantes como la tipa de los dos mil y pico polvos, pues la cosa queda en un bagaje tan ínfimo, que lo único que terminas recordando es el memorable gag de Michael J. Fox (al que no se le vuelve a ver el pelo en toda la cinta, por cierto) al principio, y poco más. Y a otra cosa.