"El callejón de las almas perdidas" ("Nightmare Alley", Edmund Goulding, 1947), ofrece una interesante y, por momentos, inquietante, reflexión sobre lo que se esconde en los abismos del alma humana. Eso explica por qué Guillermo Del Toro se fijó en ella hasta el punto de tomar su guion y realizar una nueva versión, con el mismo título.

He visto en este film un diseño de producción impecable, un mayor detenimiento en el perfil de los personajes (lo que explica que supere en casi una hora la duración de la original) y una pulcra expresión de cariño por la gente marginada. Pero la película sufre, según creo, por la forzada composición de Bradley Cooper. Es este un actor de muy mejorable dicción que lleva años intentando demostrar que sirve para algo más que para comedias ligeras (a mí me parece que no lo consigue), y que queda muy por debajo de Toni Collette, David Straithairn o Cate Blanchett; y tampoco mejora la prestación de Tyrone Power que, sin ser un intérprete de calidad excepcional, sí sabía emplear la mirada y la voz para centrar el interés del público en el personaje principal y hacerlo creíble.