Aita Domingo. Hasta que dure. Tú verás. La isla.
El pico sin histeria, el Jaro sin navaja, película despojada, existencial cotidiana doméstica, ascética, de querencia o pretendidamente, esa música que ulula aúlla, poética, hermosa, con una fotografía preciosa de Aguirresarobe y tan triste tan triste que no lloras, la historia más deprimente jamás contada, sin salida ni esperanza, con miedo, la muerte.
Muy buena en su primera parte con ese duelo de titanes en O.K. Corral de western metafísico como de Manolo Summers rampante simpático futbolinero, Jules et Jim, Asfalto, y una segunda que decae un poco por su hierática artificiosa forzada deriva suicida, se goza por su realismo nostálgico, visto ahora, claro, en su momento quería ser feroz documento, ochentero tan guapo crudo y por la salsa madrileña andaluza que aportan la Verdú y el Banderas tan jóvenes (16 y 26) al cruzarse con la apocada torturada savia vasca, Barea, brea, Arrebato, Zulueta también era de San Sebastián, da gusto verla tan de veras, dejarse ir o caer, cansados de vivir sin siquiera empezar a jugar, heroína en vena, con la ETA, esa algarada callejera, como ruido de fondo ominoso, paro, guerra encubierta, industria desguazada y la pesca como autóctona ancestral forma única de supervivencia, la ley del silencio, el puerto, el hundimiento, la ciénaga.
Minimalista, detallista, cuidada, sin dinero, artesanal, brusca, torpe en las interpretaciones, naturalista, pedestre, sugerente y tétrica, tosca, duermevela, chula, querida.
Hubiera estado todavía mejor si no hubieran tenido tan claro el final, si no estuviera tan atada narrativamente cerrada, si fluyera discurriera más libremente, sin horma, a la que salga, de buenas a primeras, vagabunda, ancha es Donostia.
Cuánta pena.