Hinchada, pesada, aparatosa, grandilocuente, alargada (le sobran minutos de expediciones que nada aportan al buen discurrir de la historia, entorpecen, reinciden, en lo mismo abundan, erre que erre), simplona, con un tratamiento de los indios aberrante como poco (diabólicos los pintan, espuma por la boca, ¿no es esa una descarada mirada racista igualmente, al retratarlos de una manera tan caricaturesca, sesgada y tremenda?; además de que las escaramuzas bélicas que perpetran o protagonizan son un importante botarate desastre), una historia de amor la mar de tontorrona (qué guapa eres, qué guapa eres, qué guapa eres, hay que ver cuánto te quiero) y un final realmente espantoso, de no creerse.
Alergia una vez más a la sutileza, excusatio non petita, accusatio manifesta, la verde milla, se tiran las dos horas explicando que Woody Strode no es un hombre, es un superhéroe, que no solo no sería capaz de cometer un crimen, sino que toda su vida se la ha pasado evitàndolos, ayudando a todo el mundo, salvando vidas y almas y soldados y ejércitos, con lo cual el juicio se viene abajo inmediatamente en cuanto a intriga, emoción o misterio y solo es sostenido por un posible seguro constante racismo que queda devaluado al ser el planteamiento tan maniqueo y que justo por eso en cierto sentido lo es paradójicamente más (racista, la tesis de la película), ya que no debería ser necesario poner tan por las nubes a Strode para decir o explicar que él no lo pudo hacer o hizo, valdría con que hubiera sido un tipo normal, sin más, es como si dijeran que solo los ángeles (negros de Machín) están libres de culpa, no los negros de andar por casa que cuidado con ellos, son un peligro, ya veremos, o Dioses o... agárrate los machos que vienen curvas, ya no nos gustan tanto, dudamos, serán sospechosos de algo, de lo que sea. En esta película, por otro lado o por eso mismo, deshumanizan a los negros porque una de dos, o son impolutos, perfectos como Strode, o sumisos y bobalicones como el resto, les niegan la complejidad, la individualidad (son colectivo), la rabia, el vicio, el cuestionamiento salvo un par de segundos a uno que medio se queja o rebela de boquilla justo al muere, a punto de exhalar el último suspiro, cuando ya nada importa.