Gol de enhiesta.
Los indios, como los jugadores y las jugadoras, las pelotas y los pelotas, de tenis, gritan, mucho, uuuuuuu, aaaaaaa, ulalume.
Anuncia/Amenaza descalabro y despiporre donde más duele desde un buen principio, pero vive dios doy fe que así misma se traiciona y mejora, sin frenos. Se torna sin continuidad de solución un pastiche pundonoroso y rumboso western una del oeste elegante-seco, dry whisky, de los de antes, a la antigua usanza, hasta desarrolla sorprendentemente bien, Jues et Jim, los las vicisitudes amorosas venéreas ahí me las den todas más felonas, resuelve con sobriedad más o menos certera las más bélicas guerreras. Es moderada silvestre, ecuánime mesurada, salvaje impávida, simpática cachonda, y a su manera trágica mortuoria, muere hasta el tato, alegre, luis. No es excesiva ni grandilocuente, más bien modesta y discreta. Gracia y garbo. Discurre. Transcurre. Serena (Vegano, qué más quisiera). Melancolía. Pena. Poesía del querer y de la guerra. Épica caballeresca. Tal vez un poco descompensada despendolada e infantil o inconexa en algunos tramos, pecata minuta para el general resultado, yo te abrazo.
Dos hombres y una mujer y no estoy loco. Un pipiolo y una chorlita, mocita. Un malo gerifalte capitoste con su pérfida atractiva esposa y algún acompañamiento secundario como Cann el estrambote.
Vaya. No hay playa.
De morir se trata, no hay otra cosa, a modo. Y de vivir como si no hubiera un mañana, a la golpiza, la tasca y la puta (no hablo de Senta tremenda hembra). Berger. Pablo. Todos guapos y guapas, venga.
Viva.