El comienzo es magnífico: una familia de varias generaciones de carceleros largamente desestructurada se viene abajo definitivamente tras la ejecución de un negro en Dixieland. Todo promete un gran drama, con un aterrador tratamiento de esa gran barbarie que es la pena de muerte, actuaciones intensas... Pero llega el momento en el que Heath Ledger, el único hijo de Billy Bob Thornton se pega un tiro en el corazón y todo (incluída la película) se desmorona. Billy Bob, un racista de rasgos psicopáticos reconsidera toda su trayectoria vital y se enamora/encariña de una negra, faltándole tiempo para mandar a su padre al asilo (un racista de rasgos psicopáticos), pintar su casa de un blanco elegante (nótese la ironía), dejar el penal en el que trabajaba y comprarse una gasolinera. Es decir, que hace un viraje que ríase usted del de Edward Norton. El problema es que en este último caso todo era increíble pero al menos entretenido, y aquí no: Billy Bob pasa a ser un tipo casi estupendo. ¿Y Halle Berry?: pues se pasa la película sufriendo por el marido ejecutado (por Billy Bob), porque atropellan con resultado de muerte a su hijo gordinflas en una cuneta (Billy Bob les socorre por casualidad), y porque después de esperanzarse con una vida mejor (al lado de un Billy Bob amante de la humanidad), descubre que está retozando con el verdugo de su marido. En resumen: increible-ble.