Me encanta cuando a una buena película le dan una inteligente vuelta de tuerca. Y eso es lo que pasa aquí. La pesadilla que se narra en Terminator, aquí se retoma con tintes más apremiantes y dramáticos. Han pasado años, y Sarah Connor está aparentemente desquiciada, pero en realidad, los espectadores que la vimos sufrir en la primera entrega sabemos bien qué le pasa.
El chico no tiene ni idea de qué va la cosa y vive de forma alocada y llena de traumas hasta que aparece un Terminator que viene a salvarlo (lo cual supone, yo creo, el mayor de los traumas que puede pasarle a uno). Y lo más grande del asunto es que este Terminator, pese a tener el mismo aspecto que la implacable máquina de la película anterior, es bueno y está destinado a proteger al chaval. Así, un personaje que se nos hizo odioso, se convierte en la esperanza de la película y le tomamos cariño. Muy bien logrado por parte de Arnold, por cierto.

El cyborg malo es muy malo, y es espeluznantemente eficaz y destructivo. Tiene un objetivo. Está siempre ahí, un paso por detrás, dejando sin resuello a quienes persigue y, de paso, a los que estamos viendo la película. Muy buena actuación también.

Seguramente habrá críticos que no aprueben algunos toques sensiblones entre el chico y la máquina, pero debo decir que son muy puntuales y que, si estás metido en la película, te gustan y todo.

Y lo mejor, sin duda, es lo enredado del argumento, un enredo que no proviene de la trama en sí, sino de lo complicado que siempre es intentar comprender las paradojas de los viajes en el tiempo y todo lo que conlleva suponer que dos épocas están sucediendo a la vez e interfiriendo entre ellas.

Magistral, amigos, magistral.