Después de ver ésta obra la curiosidad invade mis pensamientos. ¿Qué infancia tuvo Tim Burton? ¿Era su padre esquizofrénico paranoide? ¿El médico que lo ayudó a nacer era tan adicto a la fantasía que le recitó una fábula mientras lo sacaba del agujero? ¿Puede que las historias de un vagabundo resonaran en su habitación a cada anochecer? Tal vez su imaginación no prosperó más de lo habitual a causa de vivencias pasadas, puede que simplemente sea una persona ordinaria que, por fortuna nuestra, se ha enganchado al LSD. Sea cual sea la respuesta a dichas cuestiones es innegable que enormes destellos de fantasía y encantamiento están allí, en medio de un cosmos paralelo creado a partir de un razonamiento que ha logrado escapar a esa prisión en la que todo lo corriente cumple condena.
No había nada y de repente había magia, cuándo empezó a rodar solo eran personas maquilladas, sin embargo, cuándo acabo de hacerlo, eran encantadoras historias que tenían una extrema facilidad para arrebatarnos unas lágrimas y además darnos un pañuelo de seda para que supiéramos que no eran lágrimas de tristeza sino de ternura, de afecto y empatía hacia un personaje que parecía un loco mitómano pero que en realidad había aprendido a disfrutar de su vida, o de su sueño, o de ambas cosas.

Cuando veas ésta película no te desesperes si ves hechos inverosímiles al principio, tan solo déjate envolver por su fragancia. Acurrúcate en los mundos que vayas viendo y no le des muchas vueltas. Poco a poco lo entenderás todo. Ésta película empieza con los pies lejos de la tierra pero a partir de los 30 minutos ya ha conseguido que la tierra suba a los pies. Dale tiempo al film y disfruta.