Aunque el sonido de la película es pésimo y entender lo que dicen los personajes requiere un gran esfuerzo, si uno se arma de paciencia va enganchándose poco a poco a esta sorprendente, retorcida y, a la postre, moralizante historia de personas ingenuas e inocentes, que parecen unos pobres infelices pero no lo son, frente a otras que, revestidas de una apariencia fantástica y sin el menor escrúpulo, están dispuestas a sacar el mayor provecho de esa inocencia. Y entre esos protagonistas, la gran masa, que se suma sin pestañear a la diversión y, al margen de todos, una única persona, Julia (la secretaria de Ana) que observa siempre callada y avergonzada lo que sucede. Una historia que tiene su otra cara en el colegio, con Martín, el hijo de Gema y Toribio, que sufre cada día con resignación la burla y la humillación de sus compañeros, incapaz de rebelarse, preso de su vergüenza y su soledad, tan solo interrumpida por un interesado ¿amigo?. En fin, toda una galería de personajes y comportamientos que en clave de esperpento y con un tono tragicómico apuntan a una incisiva y necesaria crítica social.

La película tiene el mérito de crear unos personajes auténticos y creíbles, por exagerados y esperpénticos que parezcan, gracias a un buen reparto y unas buenas interpretaciones, destacando especialmente Cristina Marcos, que se mueve como pez en el agua en el papel. Y aunque el personaje del hijo resulta frío e inexpresivo, siempre tan callado, nos transmite todo su mundo interior a través de su voz en off, que también enriquece mucho la película con una narración muy simpática.

Gracias a TVE por apostar por nuestro cine y descubrirnos películas poco conocidas como “Mamá es boba” y a su director y guionista, Santiago Lorenzo, que esperemos no tarde tanto en presentarnos un nuevo trabajo como con su segunda película “Un buen día lo tiene cualquiera”, también recomendable.