Shine es una bonita película. No se puede decir otra cosa. Es un bello canto de amor a la música que supera todos los obstáculos y que sirve de salvación incluso a quienes en otros momentos casi ha torturado hasta la locura. Ese es el caso de este David Helfgott al que da vida de una forma absolutamente extraordinaria Geoffrey Rush, más alleniano que nunca, pero sin pasarse un pelo (qué Oscar tan bien dado el suyo... aunque ha tenido interpretaciones aún mejores, como en Quills, Elizabeth, Shakespeare in love o El discurso del rey). La película plantea otras interesantes reflexiones sobre la educación represiva y la obsesión por el éxito y los sueños, en un viaje enternecedor y lleno de complejidad psicológica que resulta un regalo para el espectador en este mundo cinematográfico tan adocenado en el que vivimos.
Aparte de Rush, resultaría injusto no citar el encomiable trabajo de un Noah Taylor muy alejado de los personajes que interpretaría después en Tomb Raider, Charlie y la fábrica de chocolate o Juego de Tronos, o a Armin Mueller-Stahl, que rivaliza con Rush en excelencia dando vida a un personaje lleno de claroscuros que bien podría ser el villano de la historia, pero a quien él dota de gran humanidad y complejidad.
En definitiva, una película notable, a la que su ritmo aletargado y el demasiado acusado contraste entre escenas (algunas banales, otras intensísimas) impide llegar al sobresaliente. No es una obra maestra, ni una cinta sobresaliente, pero se deja ver muy bien y es bonita.

Lo mejor: Geoffrey Rush y Armin Mueller-Stahl.
Lo peor: A pesar de su ajustada duración, es demasiado lenta y anticlimática.